lunes, 28 de mayo de 2012

Vínculos, usos y tradiciones / Amar Sánchez




Los vínculos de la literatura con las formas de la cultura de masas implican pliegues, brechas gestos que borran y restituyen las distinciones entre cultura literaria y cultura de masas.

Dicotomías alto/bajo, y margen/centro: Cultura superior (Renacimiento; Iluminismo, Modernidad) vs. cultura de masas como declinación. Existe una literatura culta, y otra popular, junto con su larga cadena de oposiciones: vulgar/refinada, pura/impura.

Lo popular y masivo es el polo negativo o desacreditado, como la para-literatura, prefijo que significa desvío, y contiene un sentido opuesto a todo estatuto literario.
Lo popular: ilegítimo y no oficial, en una sociedad de pensamiento dualista y binario.
Pueblo vs. elite, centro vs. periferia, marginal vs. oficial.

Cultura de masas: expansión de los medios, la radio, el cine, las historietas, las fotonovelas, y la televisión como prácticas de reproducción técnica, en oposición a lo popular entendido como folklore, oralidad, y festividad. Las manifestaciones mediáticas habrían destruido la cultura tradicional, por su influencia negativa; son lo opuesto a una práctica pura; son entretenimiento superficial del público.

Pero existen relaciones entre formas altas y bajas, y por consiguiente ciertas tensiones entre ellas, por causa de sus luchas por el poder.

Existe toda una narrativa culta que se apropia, utiliza y transforma los códigos masivos, con una posible intención de jerarquizar, consagrar o descalificar. Nos importan las maneras de usar tales códigos, las relaciones de lo alto y lo bajo, y los resultados de este contacto. Ver cómo se revelan los elementos de la cultura baja en la cultura alta. Este tipo de literatura culta anticanónica tiene un carácter popular y radical que habla de su resistencia a ajustarse a los cánones y reglas vigentes. Está dotada de un sentido político.

Los discursos altos se entrecruzan con las degradaciones del discurso bajo, y los dos se invaden mutuamente: se trata de analizar la contradictoria naturaleza de las jerarquías simbólicas, pero atendiendo siempre a las formas de uso, apropiación hibridez y mediación de las culturas bajas.
En términos políticos, la cultura de masas es engaño, repetición, semejanza e imitación: el entretenimiento despolitiza y lleva al consumo alienado. Pero por otro lado, según Vattimo, hace posible la multiplicidad que le da la palabra a otras culturas y a los subsistemas internos de la cultura occidental, dando lugar a una heterotopía: mundo de alternativas de expresión para las culturas y grupos periféricos.
Sin embargo, la utopía fracasa, pues ninguna de las posibilidades políticas de las formas mediáticas se ha cumplido, y cuando lo hacen es porque han sido usadas y apropiadas por otras zonas o manifestaciones culturales como la literatura y la pintura.

Pero la literatura parece clausurar el debate.

La cultura no es un sistema totalizante sino un conjunto de discursos en conflicto, a menudo contradictorios, en lucha por legitimarse como formas privilegiadas de representación. Entre ellos, la cultura de masas ha sido uno de los factores más claros de crisis y de desestabilización de las categorías desde las que se piensa el arte, pues expuso una gran multiplicidad de posibilidades estéticas. Además, con la caída de las utopías de las vanguardias, desapareció la oposición consumo/experimentación, y desapareció la distinción entre arte y géneros masivos considerados amenos y poco problemáticos.
Luego de los últimos juegos de las neo-vanguardias, al acabar la Modernidad, uno de los caminos fue retomar una tradición que en Latinoamérica gana espacio y genera un juego de contacto y distancia con esas vanguardias. La presencia de las formas populares ha sido una constante en la historia literaria latinoamericana. Los géneros populares han incidido en las formas cultas, provocando cambios en el canon: varios textos latinoamericanos dramatizan la fragmentación discursiva, la ambigüedad y la tensión características del cuento, entre géneros altos y bajos. El caso concreto es el de Roberto Arlt y Manuel Puig.
Están los casos en que se establece una distancia jerarquizadora –paradójica- con respecto a las formas masivas (el policiaco de Borges y Bioy Casares, y el periodismo y la historieta de Cortázar). En segundo lugar están los textos como los de Puig, que combinan las múltiples formas, las combinan y fusionan produciendo un efecto de pastiche. En los dos casos ocurre una transformación, una torsión del código utilizado; se subvierten algunos elementos y se fusionan géneros, formas discursivas, estéticas, niveles de lengua. Se acercan a la cultura de masas y la incluyen, pero, a la vez, establecen distancia con respecto a ella. El vínculo con las formas bajas se mantiene en una ambigüedad definida como seducción y traición simultáneas: constantemente se borran las jerarquías y se hacen apropiaciones de lo bajo, para restituir de inmediato diferencias que distinguen a los textos de esos márgenes (23).
El trabajo de un autor como Puig sobre las formas masivas presupone ya una negociación entre culturas. Por un lado se acepta la tensión y la diferencia de la cultura de masas, y por otro se elabora una estrategia de apropiación. De este modo se constituyen significaciones nuevas, extrañas a las del código original (23). De este modo se genera un equilibrio inestable (23). La apropiación que la literatura hace de las formas populares implica un goce y disfrute, un reconocimiento de su encanto, pero también supone estrategias que dejan establecidas las distancias entre un texto de Puig, por ejemplo, y los folletines con los que se construye (23).

El discurso paródico supone una confrontación de lenguajes, un conflicto ideológico: enfrentamiento de puntos de vista, en donde el lenguaje parodiado se convierte en objeto de burla y rechazo (25). La parodia se burla del original, y presupone la existencia de una norma lingüística. El pastiche es una práctica neutral, una parodia vacía, y solo es posible en el momento en que se desvanecen las reglas y no tenemos más que diversidad y heterogeneidad de estilos. Por eso la parodia es moderna, y el pastiche es posmoderno.
El pastiche no tiene como punto de referencia una cultura superior sino que está ligada a las formas masivas que son dominantes en esta época. Mientras la parodia implica una mirada ridiculizadora desde la alta cultura sobre la forma descalificada, el pastiche iguala, nivela sin establecer juicios de valor sobre los elementos puestos en contacto.

Para Hutcheon la parodia es imitación, versión irónica, repetición con distancia crítica, procedimiento que acentúa las diferencias más que las similaridades. Se distingue del pastiche por su trans-contextualización irónica. Sin embargo, el pastiche no puede ser cien por ciento neutro, pues toda reorganización o cita de elementos es ya una evaluación. Vale anotar que el concepto de ironía se entiende en estos casos como elemento de la parodia que descalifica al original. Se dice de ella una ausencia de ingenuidad en el uso de la cita (26).
¿Qué significaciones se desprenden de esa distancia que generan los textos con respecto a las fórmulas masivas? Distancia, sí, pero no destrucción ni demolición de la otra cultura (27). Los medios han causado una modificación radical en las prácticas artísticas, y a esta supuesta muerte del arte los artistas respondieron, en principio, contra el kitsch y la cultura de masas manipulada. El arte auténtico sería el refugio, la oposición a todo deleite inmediato de la obra y su comunicación, el puro silencio (28).
Sin embargo, el pop art declara la pérdida de esta dicotomía. El por art y otras formas similares se apropiaron de la capacidad revulsiva y el sentido político de las vanguardias, pero se trató de un fenómeno cultural en el que se lee el gesto de la vanguardia a través de la asimilación mediática (28).
La contracultura iniciada en los años 60 proyectó una imagen de vanguardia por medio de formas como el pop y el camp, que rechazaban el orden establecido. Y al acercar la alta cultura a la cultura popular reafirmó el proyecto de las vanguardias clásicas de unificar las dos esferas culturales.
Las estéticas que desde los años 60 han recurrido a los medios tecnológicos y a las formas populares han eliminado la brecha entre arte culto, experimental y politizado, frente a masivo, consumista y alienado. A finales del siglo XX este contacto con lo masivo comienza a considerarse como parte de una tradición, y se crea un espacio de disolución de algunas dicotomías, de fusión, confrontación y debate de otras.

Las estéticas de la modernidad condenaron los productos de la cultura masiva por su condición serial e iterativa de la que derivan su carácter alienante. Se trataba de modelos ya dados, sujetos a fórmulas, y relacionados con el puro placer, y por lo tanto ajenos al arte. El consuelo que producen conduce a la despolitización de los códigos. Lo serial implica el disfrute de lo mismo, de verse consolado con el regreso de lo idéntico. Salirse de la convención implica que el espectador o el lector adicto pueda no reconocer el código (30). Si la literatura debe romper los cánones, los géneros populares no tendrían ninguna oportunidad.
Sin embargo, las estéticas posmodernas se apropian de los códigos masivos, pero la redundancia produce algo distinto al simple placer consolatorio y alienante de la repetición (30). Lo serial genera un juego en el que el lector reconoce el placer regresivo frente a la vuelta de lo esperado, con todos sus clisés y soluciones reducidas, y la diferencia, pero con una variante que desvía, transforma y se distancia de la fórmula (31), problematizando la idea de placer, y abriendo otras alternativas de lectura.
Las nuevas literaturas recurren a formas consoladoras, pero ejercitan algún tipo de conversión sobre ellas. La jugada es reconocer lo conocido simultáneamente con la innovación.
En este juego metalingüístico citar es reconocer una afinidad y establecer a la vez una diferencia. Se trabaja con la cultura de masas, con el mal gusto y todas las estéticas centradas en el placer inmediato, pero elaborando otros usos. De este modo, la cita no es rechazo ni parodia jerarquizadora, como en el pastiche, pero sin creer en la ausencia total de dobles intenciones: ni rechazo escandalizado de la alta cultura, ni seriedad o inocencia de las formas mediáticas. En estos textos se cita para divertir, seducir, encantar, pero sin ingenuidad.
La seducción (Baudrillard) es lo opuesto al placer, a la satisfacción de la demanda. Es un juego estratégico que pospone el cumplimiento del deseo. Pasión por el desvío, por el artificio sostenido en las estrategias de la ilusión. Provocación y decepción del deseo, cuya única verdad es ser decepcionado (32). Simulacro, sistema de artificios y tácticas destinado a suspender, postergar y, finalmente, decepcionar las promesas de placer. Esta expectativa frustrada es la que aleja a estos textos de las formas mediáticas (33).
Se puede explotar la seducción potencial de las fórmulas, pero sin acatarlas.
En Baudrillard el artificio no está visto como engaño para dominar al otro. En la seducción no puede haber dominantes ni dominados; es un lugar de juego, un espacio productor de ilusión que se relaciona con el intercambio, con establecer y sostener un encantamiento entre las partes: dejarse encantar y arrastrar en un recorrido por un espacio siempre distinto al esperado y en busca de un deseo fugitivo. No establece vínculos con lo real o con una verdad referencial. Es un territorio simulado cuyo sentido no depende de nada externo.
La seducción en estos relatos se busca por medio de los géneros y los discursos de la cultura popular, pero seguida de una inevitable traición. Las usan, las integran, pero marcan su diferencia, que es su diferencia con la otra cultura. Contacto y distancia, seducción y decepción que provocan una lectura política.
Las formas bajas han sido fundamentales en la conformación de la literatura latinoamericana del siglo XX. Las formas del relato popular marcan la constitución de una narrativa que dentro del sistema literario lucha contra la convención y se abre a nuevas formas como los códigos de la radio, la música popular, la novela rosa, el cine, la crónica social y la publicidad.




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