lunes, 28 de mayo de 2012

(POST) LITERATURA, MERCADO Y ESPECTÁCULO EN LA ESCRITURA DE EFRAIM MEDINA REYES / Alejandro Quin Medina




 La escritura de Efraím Medina nace en un espacio narrativo postliterario caracterizado por el choque de la institución literaria con el mercado y la industria cultural.

para evitar que entierren la novela, hay que sacarla de ese pomposo ataúd llamado novela (74), sacarla del marco institucional. La literatura ha renunciado a su tradicional impulso autonómico y ha sucumbido al mercado y a sus modos de expresión (266). La letra etra opera fuera de los linderos de la ciudad escrituraria (Rama) y se amalgama con elementos provenientes de otros dominios (las imágenes y la cultura massmediática). De ahí el uso de las entrevistas en el relato, de donde proviene entonces al velocidad del lenguaje saturado de televisión y no de cultura literaria.
Así que el espacio creativo de la literatura postliteraria está entre la escritura, los medios y el mercado (267). Por fuera de la ciudad letrada de Rama, la postliteratura está cerca de los medios masivos, y aún más, situada en la crisis de la literatura tradicional, junto con las instituciones que le daban sustento: el estado, la cultura nacional, la educación, el intelectual.

Segunda mitad del siglo XIX: los esteticistas franceses pregonan la idea del arte por el arte, cosa que se radicaliza con las vanguardias de la primera mitad del siglo XX. El arte habría creado su propio lenguaje autorreferencial, y todas sus modificaciones partirían de su lógica interna condicionada más que por factores externos o extra-artísticos. Según Max Horkheimer y Theodor Adorno W., el arte se independizaría del mundo utilitario y la sociedad burguesa, liberado del servilismo hacia la aristocracia, circulando de manera anónima, extraño a todo gusto particular (268). En todo caso, el arte como esfera independiente sólo fue posible en la sociedad burguesa. Su libertad se mantiene unida a la premisa de una economía de la mercancía. Por eso en el arte burgués hay una tensión entre el deseo de configurar un campo discursivo autonómico e independiente del mercado, y el hecho de que la posibilidad de realizarlo esté dada por el mismo mercado.
En el caso del modernismo latinoamericano, en su primera etapa, está ligado al credo esteticista del arte por el arte, pero toda su producción dependió de la política, la diplomacia o la educación (169). A partir de los años 60 y 70, la profesionalización del escritor se desarrolló gracias al mercado editorial internacional. Poco a poco la creciente demanda fue obligando a los escritores a satisfacer ciertas exigencias. Los escritores del boom se convirtieron en personajes públicos mediáticos, autores-superestrellas de difusión global. Sin embargo, su escritura todavía respondía a patrones literarios tradicionales, en los que la exigencia vanguardista (fragmentación temporal y la técnica experimental) y la alegorización de lo nacional venían aparejadas. Las cosas solo cambian con el boom tardío que describe Jean Franco, cuando la industria cultural comienza a desplazar las utopías fundacionales como tema recurrente. Es decir, que el mercado comienza a ser condicionante interno de la producción literaria. Así se agudiza el vínculo entre literatura y medios, como en Medina, produciéndose así lo que llamaríamos el espacio de enunciación de la literatura postliteraria, en donde no existiría un afuera del mercado en donde podría defenderse.

Siguiendo a Deleuze, el mercado es un plano inmanente, y se auto-enuncia como versión verdadera de lo real. Un plano de inmanencia siempre aspira a convertirse en versión verdadera de la realidad, a instituirse como necesario y primordial, y su sentido ontológico solo es relativo: habita en el interior del plano de inmanencia. Así que el mercado neoliberal se erige como plano de inmanencia real, con su propio sentido ontológico, nunca ideológico o ilusorio, pero, a pesar de todo, nunca necesario o primordial (acaso tan sólo para sí mismo).
¿Cómo hace el mercado para configurar su plano de inmanencia? ¿Cómo produce el mercado su versión verdadera de lo real? La clave está en La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, y en Derrida. La sociedad del espectáculo es todo el complejo productivo organizado alrededor de los mass media y la industria cultural, que se ha convertido en el lenguaje dominante. El espectáculo es capital acumulado transformado en imagen. El mercado habla su propio lenguaje en la proliferación indefinida de imágenes. La sociedad del espectáculo es la versión verdadera de lo real, es decir, el plano de inmanencia del mercado.
Pero: el espectáculo no se opone a la actividad social, porque realidad e imagen son dos cosas distintas. Por eso el espectáculo, aunque quiere pasar por lo real, es él mismo un producto de la actividad real.
La realidad real, la vivida, sufre los asaltos materiales de los mecanismos de contemplación del espectáculo, y de este modo, tal vez a su pesar, debilitada por los ataques, confundida, emboscada, apoya el orden espectacular: es como si la realidad misma emergiera en el espectáculo, y entonces el espectáculo es real…
El espectáculo se transforma en lo real porque ha creado para ello su propio lenguaje. La literatura crea una alianza con el espectáculo en este proceso de autorreproducción del mercado, pero colapsando ella misma, pues el que habla es el mercado, que entonces no aparece como tema sino que aparece como condición de la escritura misma, como condición para que exista el espacio creativo de la literatura postliteraria (273). Y como la cosa es mediática, televisiva, la narración es veloz y directa, no se detiene ni para caracterizar a los personajes.
Las miserias humanas, señaladas como tales por la moral tradicional, encuentran acogida en la sociedad del espectáculo, en el programa de entrevistas que reivindica el comportamiento humano despreciado con nuevos análisis de nuevos especialistas televisivos. Ya no el intelectual sino el experto, creación legítima del espectáculo. El experto es el técnico del conocimiento típico del capitalismo avanzado: Sartre declara la muerte de los intelectuales europeos bajo la influencia de las ideas americanas. Es el fin de esos hombres que pretendían saberlo todo.
Por su parte, al experto no lo guían cuestiones éticas o morales. No le interesa proponer fines últimos para la sociedad. Es pragmático, y asume el orden existente como verdad. Se especializa sólo en algún fragmento de ese orden: política, artes, ciencia, tecnología… Emite dictámenes que resultan incontrovertiblemente objetivos cuando parecen avalados por los regímenes del conocimiento de la ciencia y la tecnología. Este es el clima donde se celebra el fin de las ideologías; los expertos encarnan la figura de la historia: garantizan el pragmatismo y fundan una forma nueva de realismo político. Integran las burocracias estatales que, en muchos países, se colocan por encima de las lealtades políticas y de los gobiernos… hablan en nombre de un conocimiento técnico que, como el dinero, no tiene olor (180 Beatríz Sarlo, en Quin, 275-276).
El punto de vista moral y normativo, el de los intelectuales tradicionales que han muerto, es humillado en el curso del programa de entrevistas por parte del experto y el público. Cuando el intelectual humillado sale de cámaras, totalmente derrotado, se quedan en el escenario el entrevistado y el experto, dándose la mano: es el triunfo del lenguaje del mercado, de la sociedad del espectáculo, a través de la alianza entre saber natural de experto, dictamen incuestionable del público, y la conversión del drama del protagonista en espectáculo: Teen Mom, reality sobre adolescentes embarazadas. La televisión, la sociedad del espectáculo, le devuelve al sujeto todo lo que ha perdido. Es solamente a través de la mediación establecida por el lenguaje espectacular del mercado que el protagonista no sólo recupera su vida, sino que, de alguna manera, la vuelve a perder, ya que al haberse expuesto a los mass media lo convierte de la noche a la mañana en celebridad y en foco de una impresionante industria de la masturbación. 
El mercado como versión verdadera de lo real.
No hay nada por fuera del plano de inmanencia del mercado; todos aceptan sus leyes con naturalidad; cuando algún elemento intenta ubicarse en un plano trascendente, el mercado lo incorpora o lo tritura; el mercado es máquina de guerra contra todo lo trascendente, y es máquina de captura y regulación para la creación del espectáculo.

La imagen es un significante literal, en la cultura del simulacro. El signo se libera con respecto del referente; el significante se libera del significado; el signo se independiza de la realidad, y el significante se independiza del significado; flota como pura literalidad, dando origen a la cultura del simulacro.

El que finge estar enfermo hace creer a los demás que está enfermo, pero el que simula que está enfermo produce los síntomas.

Los personajes de Medina Reyes habitan en el espacio liso del mercado y en el tiempo global creado por la industria cultural; un tiempo cuyo lenguaje es el rock, el cine, las series de televisión, la droga y la publicidad (281-282). Este tiempo es global y aparece en conflicto (imponiéndose) al tiempo nacional, que se asoma tímidamente en una existencia problemática asincrónica, opaca.
Las fuerzas desestabilizantes del mercado abren la sutura entre geografía y cultura que funcionaba como base discursiva de los Estados en formación. Las viejas equivalencias entre literatura, lenguaje, cultura y territorio son inoperantes.
La nación no desaparece sino que es una cosa llena de figuras e historias de precaria importancia y esto hace que la función alegórica de la literatura cambie radicalmente: su objeto ya no sería la alegorización de la nación sino la alegorización del mercado global en continua autorreproducción. Por eso es que sería una postliteratura. En la obra se internaliza el modus operandi de la sociedad del espectáculo para parodiarlo y ponerlo en revisión, produciendo la emergencia de lo caricaturesco, el peligro de la estetización de la industria cultural y su sublimación del espectáculo: la guerra es algo muy divertido que pasan en la tele. Así que el distanciamiento irónico hacia el mercado no se produce desde una instancia trascendente sino asumiendo la verdad de las premisas del mercado, y sacando las consecuencias más extremas de su propia lógica. 

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