viernes, 4 de mayo de 2012

EL TEXTO NARRATIVO / ANTONIO GARRIDO DOMÍNGUEZ




Para el formalismo ruso la unidad de la acción en un discurso narrativo debe tener interés humano. Así que el paradigma de investigación es el hombre (fábulas, mitos, leyendas, y lo maravilloso).
Toda narración implica la transformación radical de una situación inicial (Todorov). No basta con la simple sucesión o yuxtaposición de elementos. El lastre de la mímesis clásica implica que solo serán géneros literarios el drama y el relato en tercera persona: la diégesis o relato de hechos, y la mímesis, o relato de palabras. 
A partir del siglo XX se hace posible la mezcla de géneros, en donde conviven lo narrativo, lo dramático, lo lírico y lo argumentativo.  
Un enfoque comunicativo del análisis textual aporta elementos como el autor implícito, distinto del narrador y del autor real, y el lector implícito o narratario, diferente al lector externo.
El fenómeno literario como acto de habla implica a la imaginación como causa de los grados de simbolización presentes en el texto literario. Se diferencia entre fábula (material narrativo) y trama (configuración artística, configuración).
La suma de estos dos elementos da como resultado un relato literario (la narratio): los hechos se integran en el discurso del narrador, que selecciona e impone un orden al material. La simple sucesión de acontecimientos sin implicaciones, sin efectos, no se considera artística.
La narración expone los caracteres personales, y todo aquello que ayude a aclarar los hechos (narración judicial) de manera que seduzca al lector, junto con las acciones de los personajes, que serán alabadas o vituperadas (epidíctico), y contadas con gran detalle, resaltando de ellas lo que se quiere poner de relieve. 
Con los aportes de la retorica la narración se atiene solo a lo esencial, eliminando lo accesorio, para lograr credibilidad y verosimilitud, y así reflejar una postura moral o ética.
Adquiere carácter patético cuando las acciones revelan intensamente las pasiones y despiertan la emotividad en el auditorio.
La narratio debe presentar los hechos reales, o como si hubieran ocurrido en realidad, con el fin de persuadir. Debe ser creíble y congruente con la realidad, evitando las contradicciones con el mundo real, que es el punto de referencia, y siempre debe haber una necesidad de causalidad. Sin embargo, la narración literaria siempre es narración de hechos creíbles como digresión.
Un acercamiento máximo a la realidad implica un relato más fiel a la historia; un acercamiento mínimo implica fabular, relatar con mayor grado de digresión. El punto medio entre la historia y la fábula es la argumentación, con la que se le da verosimilitud a al relato. Con ella se incluyen las descripciones de personajes, y los aspectos de lugar y tiempo.
La narración que versa sobre personas es aquella en la que ellas mismas hablan y muestran sus caracteres. Algunas veces los hechos son relatados por un narrador (diégesis), y otras veces los hechos son relatados por los personajes mismos (mimesis).
En una narración el orden de los acontecimientos lo impone el narrador, que manipula el material valiéndose de las pretericiones o analepsis, la paralepsis, los diálogos, el patetismo y los finales inesperados, todo enfocado a la intensificación del comienzo y la preparación del relato hasta su culminación.
En esto también se involucra la idea de amplificatio, o sea, la amplificación de los hechos escuetos, modificando el contenido del material, y dándole forma al relato. Se trata de la ornamentación, y la alusión u omisión de hechos, de la indagación sobre la causa de los hechos y de los razonamientos que justifiquen los comportamientos del personaje. Se trata de la dilación del relato, su morosidad, de las distorsiones que lo prolongan.
Las retóricas clásicas españolas del siglo XVI están entre el modelo grecolatino (lo real o lo verosímil) y el helenístico-bizantino de la amplificatio.

Existen dos modos de representar la realidad: por medio de la narración (dinámica), o por medio de la descripción (estática). Sin embargo, la abundancia de elementos episódicos atenta contra la unidad de la fábula. Debe haber unidad de acción y tiempo en el desarrollo de la historia principal, aunque el narrador tiene la libertad de elegir los elementos episódicos, donde caben las digresiones artificiosas, la morosidad, la amplificatio, y la artificialidad.


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